Terminales Rio de la Plata
Sería la ruina de los dueños de las maquinitas pescapeluches. Así, a la distancia, el movimiento de una Grúa Pórtico se parece al del juego que ilusiona a chicos y enamorados. Una guía arrastra el soporte rectangular con cuatro ganchos hasta el punto deseado; frena; desciende; frena; las garras se cierran. Uno, dos, tres… en menos de diez segundos ese enorme contenedor de hierro se desliza hacia adelante y –el lugar común enciende la señal de alerta– es como una pluma, un papelito que se entrega al viento. Pero no hay tiempo de pensarlo demasiado porque cinco segundos más y está bajando. La estiba lleva otros 20 segundos y entonces subir y retroceder para volver a empezar varios cientos o miles de veces, en función del tamaño del buque. La secuencia espiral es un continuado que solo se detiene en Navidad, Año Nuevo y el Día del Trabajador en el puerto de Buenos Aires. La puerta de la Ciudad. O la espalda.
Las obras de la nueva autopista Illia congestionan todavía más el paisaje de cualquier mañana sobre la avenida Castillo. Hacia Comodoro Py se aprietan las filas de camiones con tráilers vacíos, autos estacionados, tráfico, siempre hay chori y bondiola en la parrilla del chiringo rojo. El escaneo de las huellas dactilares y un código personalizado habilitan el acceso a Terminales Río de la Plata (TRP), la empresa privada que opera la terminal de Contenedores y la de Cruceros Quinquela Martin de las dársenas 1, 2 y 3 del Puerto Nuevo.
Alrededor de 800 empleados, 3.200 contenedores descargados por semana más otros tantos que salen, hasta 500.000 pasajeros en la temporada de cruceros; líneas marítimas, importadores y exportadores, despachantes de aduana, cinco gremios y las autoridades de aduana y portuarias. En una de las salas de reuniones del edificio Capitanía, Patricio Untersander (director de Capital Humano), Beatriz Cabella (líder de Desarrollo e implementación de sistemas de gestión) y Agostina Rapanelli (líder de Sustentabilidad) repasan cifras para dimensionar la operatoria del sector que concesiona TRP.
Algunos piensan que andamos todos con cuchillos, revoleando cajones. En algún momento fue un lugar picante, pero no tanto.
“El 95% de las cosas que hay en las casas entra por acá en contenedores, que es hasta ahora la forma más eficiente de transportar mercaderías. Llegan buques de todo el mundo que traen todo tipo de productos, salvo granos y gasíferos”, grafica Betty. Betty, sí, porque así la conocen en las 77 terminales del mundo que opera desde los Emiratos Arabes DP World, la principal accionista de TRP (las otras son Latin American Infrastructure Fund y Mitsui & Co. Ltd). Llegó a la empresa hace casi 20 años, al área de Recursos Humanos. “Después me empezó a interesar el trabajo de auditorías internas, que es aburridísimo pero aprendés un montón porque vas pasando por todos los sectores”, avanza. Entonces eran 9 mujeres entre 600 hombres; hoy, la población femenina llega al 9%. Betty fue la encargada de articular los procesos de certificación ISO en Calidad, Gestión Ambiental, Seguridad para la Cadena de Suministros, Eficiencia Energética y Seguridad y Salud.
Patricio y Agostina repasan los puntos destacados de la gestión en el uso de la energía (incluye la incorporación de paneles solares y distintos proyectos de capacitación), pero la atención se desvía hacia la vibración de las paredes de durlock que separan las oficinas. Ellos están acostumbrados. Tal vez es el paso de los camiones por los escáners, o el rebote de la carga sobre los lomos de burro; ahorita mismo está cruzando el tren que arrastra lentamente una fila interminable de contenedores desde Bahía Blanca hasta la terminal contigua.
Hombres de puerto. La ermita de la Virgen de San Nicolás, que flanquea la entrada al sector de comedor, enfermería y kinesiología, es parada diaria para muchos de los trabajadores que se alternan en tres turnos. Placas que recuerdan a los compañeros fallecidos, flores de plástico, caramelos y alguna botellita para la Pachamama. Cuando el puerto era “tierra libre”, cada 1º de agosto se recibía con caña y ruda. Ahora que los controles de alcoholemia son diarios y obligatorios, el ritual se cumple fuera del horario laboral. Se mantiene la tradición de llamarse por apodos y el asado sagrado de los viernes.
Varios de los que ocupan las jefaturas técnicas entraron a trabajar al Puerto cuando rondaban los 18 años. La calle empedrada, el acceso abierto, las ranchadas, el peluquero que venía en bicicleta y los servicios varios. “Llegabas y te cambiabas en la proa del barco”, recuerda Carlos Urrutia (62), ahora operador de grúas. Hay que empezar por acá, porque Carlos es de los pocos que hoy pueden decir eso de que trabajar es hombrear bolsas en el puerto.